El tiempo pasaba tan velozmente que sin que se diesen cuenta llegaba la hora de la cena, cuando su madre gritaba: "Paco a cenar", o "Paco vete a buscar el pan...". Y si los chavales entretenidos en sus cosas no le hacían caso, su padre –que por aquel entonces regentaba una ferretería- tomaba el mando, y apenas amenazaba con levantar la voz, todo volvía silenciosamente a su cauce.
Contaba siempre D. Paco en una entrevista que le encantaba volver a esta plaza, pero que cuando era pequeño, la fuente le parecía enorme, luego con los años se fue encogiendo hasta desaparecer por los coches que ya lo ocupaban todo y por el traslado.